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Bailar en las calles de Barcelona: entre prófugos y artistas

  • Valentina Carbajal
  • 7 may 2018
  • 3 Min. de lectura

Una gran ronda, que abarca todo lo ancho del Passeig Lluís Companys, rodea un muchacho que hace un show de circo. Más adelante unos jóvenes muestran sus destrezas con el balón. Debajo del Arco de Triunfo hay dos músicos. Del otro lado del Arco, hacia Passeig de Sant Joan, tres bailarines se preparan para su show. Todos ellos tienen algo en común: no tienen permiso para estar allí.


Son las 13:30 y bajo el rayo del sol Jennifer Jaime, de 26 años, está vestida de traje y sombrero. Su novio Axel es el encargado del sonido y ambos acompañan a Michael, un peruano que hace tantos años que imita al Rey del Pop que ya se le pegó el nombre. Suben el volumen del parlante y comienzan a estirar. Cuando consideran que se juntó un grupo considerable de gente anuncian: “Somos las Asociación Nacional de las Artes y la Cultura”, lo que no dicen es que se trata de una “entidad sin ánimo de lucro dedicada a la defensa y gestión colectiva de los derechos de los artistas de calle de toda España”.


“¡Ante todos vosotros, una super bailarina, coreógrafa, arquitecta, desde Argentina, Mar del Plata! ¡Fuerte el aplauso para la señorita Jennifer, representando al género femenino!”, anuncia Michael.

Jennifer Jaime en el Arco de Triunfo - Valentina Carbajal

Al principio y al final del show se pasa el bote para que la gente puede colaborar, pero lo que se pide es un precio por la performance, no una limosna. En un mundo donde vivimos absortos en la virtualidad del móvil, ellos proponen entretener desde lo humano. Jenny se queja de los que se dicen artistas pero tienen actitud de mendigo.


Se genera un compromiso desde el inicio con el espectador, con el peligro de que llegue la guardia urbana y les corte el espectáculo como les ha pasado más de una vez.

La presentación dura alrededor de ocho minutos. Se suceden los hits de Michael Jackson y la gente tararea al ritmo de Thriller y Bad. La coreografía es una réplica fiel del musical y se turnan para hacer secuencias en conjunto y como solistas.

La coreografía basada en el musical - Valentina Carbajal

Para Jennifer bailar en la calle es una decisión social y política. La calle es un lugar espontáneo, una manera de llegarle a la gente que de repente no consume mucha cultura, una manera de inspirar al otro. “Una vez pasó una nenita caminando y la mamá le dice: viste que se puede vivir de bailar”.


Entre el público algunos se mueven al compás de la música. Un par de turistas documentan el espectáculo con fervor, cambian de ángulo y de perspectiva capturando fotos y video. Una joven asiática hasta instala su trípode para documentar el show y se gana un beso en la mano del propio Michael.


Pero esa proximidad también conlleva sus incidentes. La calle los enfrenta a situaciones inesperadas como que un perro o un borracho interrumpa la coreografía. “En un teatro no pasa nada, estas vos, tu luz, tu público, tu escenario. Acá tenés que crear tu público” explica Jennifer.


Luego toca aguardar porque los músicos de al lado comenzaron de nuevo con sus sintonías de oriente. A lo que se suma una larga espera porque coches y motos de policía pasan sin cesar. Por ahora nunca les han quitado la recaudación, pero conocen otros artistas a los cuales les han sacado hasta los equipos. Su parlante cuesta alrededor de 400 euros, a lo que hay que sumarle el generador, los micrófonos, y la consola de sonido.

Dividen la ganancia en partes iguales. En una tarde, aproximadamente tres horas de trabajo, pueden sacar 30 euros cada uno. En verano, temporada alta, llegan a los 80 euros por cabeza.

En general son los más pequeños los que entregan la colaboración - Valentina Carbajal

Pero la realidad es que el ayuntamiento de Barcelona no tiene una regulación que les permita a los “artistas de variedad” (bailarines, circo, etc) trabajar legalmente en el espacio público. Los que tienen permiso del ayuntamiento son los músicos y las estatuas vivientes.


Los policías afirman que sí existe un registro. En otras ciudades, como Valencia o Granada, el Ayuntamiento brinda un comprobante que les permite presentarse de manera legal e incluso pueden llegar a asignarles un lugar específico en la vía pública. Sin embargo en Barcelona Jennifer denuncia: “No existe acá el arte del carrer, el nuestro por lo menos”.

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